Al principio era
la letra. No es mucho en comparación con una oración entera, pero así se
comienza. Lo bonito, puede decirse, es que no estaba sola. Otras veinticuatro
compañeras le alegraban la vida y, sintiéndose líder, formó la liga alfabética.
"La unión hace la fuerza", por lo tanto, su gran plan fue convertirse
en la letra más poderosa.
Existen
actualmente cinco mil novecientas lenguas, algunas escritas en letras griegas,
cirílicas o hebreas, y otras en pictogramas, como el mandarín. Se sabe que
están a punto de morir dos mil de ellas. “Así que vamos por buen camino",
vociferó la A. "No necesitamos más. Cuando queden una, dos o tres lenguas,
tendremos el control total", dijo en su primera magna Asamblea de
Accionistas.
Las paredes del salón
quedaron plagadas con sus efigies. Podía admirarse a la A en diferentes poses y
expresiones que recordaban a Benito Mussolini durante la Segunda Guerra
Mundial. Su rostro estaba enmarcado por dos diagonales, unidas por una sólida
barra horizontal. Llevaba los brazos cruzados, como el duce italiano. Nadie
dudaba de su victoria en las elecciones.
Frases de
propaganda como: "Fuera la pobreza: la A es Abundancia" o "La A
para un Alfabeto próspero y feliz", y luego "Asta que me compré una camisa
me sentí feliz", porque su inteligencia era deplorable (Asta hasquerosa).
Ganó las
elecciones por un margen abrumador. Su primera medida fue nacionalizar todas
las palabras productivas, como fábrica, laboratorio, máquina, computadora,
cambiando sus nombres en fábraca, labarataria, mácana, campatadara. La letra
"i" servía todavía como una especie de comodín, pero ya no por mucho
tiempo.
La A se había
impuesto "a rajatabla". No tardó mucho en encarcelar a las letras
disidentes. Primero las vocales. En la cársal llamada Santa Marta Acatatla
fueron recluidas las "es". Decía A que una sola vocal, justamente la de
su nombre -¡ah, qué coincidencia!-, todo el pueblo tendría suficiente alimento
para sobrevivir. En el Reclusorio Norte se encarcelaron las "oes". En
el Reclusorio Sur, las "ues". Las "íes" fueron desprovistas
de sus puntitos; parecían seres rapados, y no podían trabajar en puestos
públicos. Terminaron en los húmedos calabozos de Almoloya. Ni siquiera se
dieron órdenes para cambiar el nombre del centro en Almalaya. ¿Para qué?
Al cabo de unos
cuantos meses, ya no había comida, y las letras, comenzando con las vocales,
sucumbieron unas tras otras por hambre y sed. Surgieron enfermedades como la
ascarbata, la anaraxia, la balamia y la diabatas mallatas. Las íes no podían
llevar sus puntitos o caireles, y murieron por gases letales.
El reino de A duró
cien días. De repente, todos se dieron cuenta de que con una sola vocal nadie
entendía a nadie. Si la única vocal iba a ser la A, ¿cómo no iba a entrar el caos?
Por ejemplo: la "parra", ¿qué es? ¿Es el árbol cuya hoja sirve para
cubrir los genitales -pero ¡qué noble misión, coño!-, o es el animal doméstico
que ladra? ¡Quién podía desenmarañar palabras como adantálaga, que se suponía
que era un dentista, o Dan Cajata da la Mancha, el libro más famoso de las
letras hispanas, escrito por un tal Sarvantas da Saavadra! ¿La Famalia Barrán?
Es la historieta más popular de este país.
Se hizo un
despapaye generalizado -para no usar el término prohibido "daspapaya".
Ni siquiera se podía usar la palabreja para identificar los congestionamientos
típicos del tráfico en el Distrito Federal.
Terminó, pues, el
reinado de A, porque ella misma se mató. Pronunció su último discurso en honor
del benemérito de la patria. Exclamó: "Nasatras, las Astadas Anadas
Majacanas siampra nas acardaramas da la frasa da Dan Banata Juaraz: 'La raspata
a la daracha ajana as la paz'."
Fue la "gata
que darramá la vasa".
Su fin fue para
llorar. En su voracidad de abarcar todo, un día se colocó por delante de una
humilde coma. Quiso adueñarse también de la coma. Se tragó al pobre signo de
puntuación y se atragantó. Murió tras un breve período de haber entrado en
coma.